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La neurodiversidad o diversidad cognitiva es una realidad presente en todas las aulas, aunque no siempre reconocida ni atendida adecuadamente. Se refiere a las distintas formas en que las personas perciben, procesan, aprenden y expresan el conocimiento. Esta diversidad incluye a estudiantes con condiciones como el TDAH, el espectro autista, la dislexia, las altas capacidades, entre otras, pero también abarca estilos de pensamiento únicos que no encajan en categorías clínicas.

En el ámbito educativo, asumir la diversidad cognitiva como un valor implica transformar nuestras prácticas pedagógicas. No se trata solo de adaptar contenidos, sino de replantear el diseño del aprendizaje para que sea flexible, accesible y significativo para todos. Esto exige una mirada inclusiva que reconozca que no hay una única forma correcta de aprender, sino múltiples caminos que deben ser igualmente válidos y respetados.

En este marco, la innovación educativa no puede limitarse a la incorporación de tecnologías o metodologías activas. Debe implicar una transformación profunda en la manera en que concebimos el aprendizaje, el aula y la relación pedagógica. Innovar es también crear espacios donde todas las mentes tengan lugar, donde las diferencias no se oculten ni se corrijan, sino que se integren en las prácticas habituales y en la cultura de los centros y de la comunidad educativa.

La neurodivergencia plantea desafíos concretos: ¿cómo diseñar entornos de aprendizaje que respondan a necesidades diversas sin caer en la estandarización? ¿Qué papel juegan el Diseño Universal para el Aprendizaje, la personalización curricular y la flexibilidad metodológica en este proceso? ¿Cómo formar a los docentes para que puedan identificar y potenciar las fortalezas de cada estudiante?

Uno de los grandes retos es la formación docente. ¿Están los educadores preparados para identificar y responder a las distintas necesidades cognitivas de su alumnado? Además, la diversidad cognitiva plantea preguntas sobre la evaluación, la participación y la equidad. ¿Cómo evaluar de forma justa a estudiantes que procesan la información de manera diferente? ¿Qué estrategias promueven la participación activa de todos en el aula? ¿Cómo evitar que las diferencias se conviertan en barreras?

Por otra parte es necesario abordar las intersecciones entre neurodivergencia y otras diversidades —culturales, lingüísticas, socioeconómicas— que configuran realidades complejas en el aula. La inclusión no puede ser fragmentaria: debe ser integral, interseccional y sostenida por políticas educativas coherentes.

Las jornadas son una oportunidad para abrir el diálogo sobre estas cuestiones a partir de las experiencias, propuestas y aprendizajes de todos los participantes interesados. ¿Es posible una educación que no solo tolere la diversidad cognitiva, sino que la celebre como fuente de riqueza y aprendizaje colectivo?

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