A pesar de nuestro afán “creativo y moderno”, no está mal recordar en todo momento el objetivo final de la innovación educativa.  Sin entrar en tecnicismos, un proceso de innovación docente estaría justificado por la identificación de una necesidad de enseñanza-aprendizaje en un entorno educativo y la aplicación de una estrategia didáctica para su resolución que no haya sido utilizada habitualmente en este contexto.

Desde esta perspectiva, son dos los errores más habituales en las prácticas supuestamente innovadoras.  En primer lugar, la idea de innovar por innovar.  La innovación docente no pretende incluir nuevas estrategias o técnicas educativas por el hecho de ser nuevas, tecnológicas o efectivas en algún lugar del mundo.  La evaluación del proceso de enseñanza aprendizaje es el disparador de la innovación educativa; porque ayuda a visibilizar necesidades educativas, a recoger información necesaria para diseñar intervenciones efectivas y a observar sistemáticamente las variables susceptibles de cambio.  El uso de un nuevo recurso no está justificado simplemente porque es nuevo.  Debe cubrir una necesidad no resuelta.

Y aquí el segundo error.  Si tenemos en cuenta que es la necesidad la que determina el recurso didáctico a utilizar, el uso de herramientas que ya se hayan mostrado eficaces en situaciones similares parece clave en un supuesto proceso de enseñanza-aprendizaje basado en la evidencia.  Es decir, y por poner algunos ejemplos, sistemas “tradicionales” de economía de fichas o programas de tutorización individualizada pueden resolver la difícil situación de algunos de nuestros alumnos, y ya se dispone de evidencia científica suficiente sobre su eficacia.  La adaptación de esos recursos a nuestra realidad para favorecer determinado aprendizaje es lo verdaderamente innovador.

La idea clave de todo este razonamiento sería que no es el uso de métodos “creativos y modernos” lo que da carácter innovador a la acción docente.  Es el establecimiento de relaciones “creativas y modernas” entre situaciones especiales de aprendizaje y recursos efectivos en un tiempo y espacio concreto lo que transforma nuestra labor docente y multiplica el potencial del alumno.

Si se ha prestado atención hasta aquí, se habrá notado que este breve artículo de opinión es bastante reivindicativo.  Y con este mismo carácter se va a continuar.  Papel y boli en mano.  Células grises encendidas y ojos abiertos a todo el entorno que rodea a nuestra comunidad educativa.  Y aquí, la segunda idea clave.  El entorno del alumno o cómo influye en el aprendizaje (específico, pero también integral) absolutamente todo lo que rodea a una persona.

En las instituciones académicas se cree controlar el proceso de educación formal y en numerosas ocasiones se infravalora o desechan posibles intervenciones del entorno cercano del alumnado que condicionan necesariamente su aprendizaje no formal e informal.  Dado que tendremos un intenso foro de debate en estas jornadas, simplemente se dejan tres ideas que pueden representar este concepto “moderno y creativo” de hace más de dos siglos.

  • Si las actividades extraescolares se considera que son importantes para la formación de los niños. ¿Por qué entonces están dirigidas habitualmente por personas con menor cualificación que las actividades escolares?
  • Si el entorno familiar condiciona obviamente el desarrollo de los más jóvenes, ¿por qué gastamos tiempo en quejarnos de la actitud de algunos padres y madres y no lo invertimos en estrategias didácticas efectivas hacia este colectivo?
  • En entorno universitario, si sabemos que el abandono deportivo, la falta de autonomía en el estudio y el consumo de drogas puede afectar negativamente a la vida académica de nuestros estudiantes, ¿por qué no se estructuran los servicios correspondientes con el mismo rigor con el que se planifica la docencia en el aula?

Dar respuesta a estas preguntas que señalan necesidades educativas, indudablemente, sería innovador.  Sin embargo, y desgraciadamente, son preguntas “antiguas” que por su carácter no formal tienden a caer en el olvido.  En ocasiones, detrás de tablets obsoletas y viejas pizarras digitales que se convirtieron en objetivos cuando solo tendrían que ser métodos.

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